sábado, 11 de julio de 2015

El pedo revelador






(variación sobre un relato clásico que siempre se cuenta en las frías noches de invierno a los niños para que aprendan a ser felices)


Borgulio Nicetas de Alejandría, el basileo de la Catedral de Constantinopla, Fabio Burnio Escalfás del lejano Reino de Cimeria, Ursulo el Loco de la Baja Mesopanindia, el mago Falfás de Aquitania, el venerable maestro del Templo de Salomón, Sádala de Artemisa señora de los Siete Reinos de la península de Balcorcia y todo el consejo de sabios del Supremo Concilio del Oriente Supremo, estuvieron de acuerdo en que ninguno tenía la menor idea de cómo resolver aquél impenetrable enigma. Claro, ese no era un asunto sobre el que pudieran ponerse de acuerdo o no, era así y ya está, pero no podían faltar a su costumbre de terminar sus reuniones con la fórmula de  “estuvieron de acuerdo”, o “no estuvieron de acuerdo”, esta última mucho más frecuente.
    -Es un enigma insondable que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión –dijo resignado el miembro más venerado del consejo de sabios.
    -Sí, es la repanocha –dijo el mago Falfás que no era partidario de la grandilocuencia.
    -Mis ejércitos han batido todos los territorios conocidos en su búsqueda y han vuelto con las manos tan vacías como cuando partieron –declaró solemne el general Fabio Burnio Escalfás mostrando las palmas limpias de sus manos.
    -Yo he bajado a las cuevas más profundas de la tierra.
    -Y yo subido a las cimas más altas de las montañas Zagros donde solo habitan los dioses.
    -Y yo lo he buscado dentro de los volcanes –dijo un gran guerrero con la cara tiznada, la armadura totalmente ennegrecida y el astil de su lanza aún humeante. Las plumas de su casco seguían ardiendo tímidamente.
Cada uno de los presentes relató la historia de su fracaso hasta que al final se produjo un silencio que lo llenaba todo. Ni siquiera un carraspeo. Entonces, de repente, cuando ya los más ancianos empezaban a quedarse dormidos, se escuchó el sonido inconfundible de un enorme pedo que procedía del fondo de la sala. La ventosidad retumbó con una sonoridad multiplicada por el ominoso silencio precedente, como un estallido bestial que terminó con un aflautado escape que hacía temer mefíticas emanaciones de una digestión en su fase final.
    -Qué olor tan espantoso –dijo alguien-, ¿quién se ha tirado ese descomunal pedo?
A continuación surgió la vocecilla de un niño que parecía que iba a romper a reír.
    -El que lo huele, debajo lo tiene.
En ese momento, todo el mundo, incluyendo al guerrero chamuscado que era el que peor parado había salido, comprendió la solución del enigma.
El miembro más venerado del consejo de sabios se levantó con los brazos abiertos y exclamó jubiloso:
    -Felicitémosnos todos, pues el enigma queda resuelto: ya sabemos donde buscar la felicidad con la seguridad de que la vamos a encontrar –señaló hacia el fondo de la sala de donde surgió el inconmensurable cuesco-. Igual que ese pedo revelador, la felicidad la tenemos dentro de nosotros mismos, no hay que ir lejos para encontrarla. Estamos sentados sobre nuestra felicidad sin saberlo, todo lo que tenemos que hacer es levantarnos para hacernos con ella.Y ahora por favor, que alguien abra las ventanas.
Todo el mundo celebró que por fin se había resuelto el enigma y algunos propusieron otorgar la Gran Medalla De Honor de los Quince Reinos,  al autor del pedo, excepto los que estaban más cerca de él que propusieron lincharlo.








6 comentarios:

  1. Este relato cumple el precepto clásico de "deleitar enseñando", pero va màs allá: enseña mientras el alumno se parte la caja.

    Más o menos...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu apreciación Molina de Tirso, porque conseguir lo que tu dices, ensañar algo al tiempo que entretienes, es una tarea fantástica. Cuando he sido profesor, ese era mi objetivo, y el primero en pasárselo bien era yo mismo.

      Eliminar
  2. ¿Qué se puede decir ante semejante avalancha de metano por las fosas nasales? Pues, sencillamente, que ves la luz. Ya sea para resolver cualquier enigma indescifrable, como para irte al otro barrio tras atravesar el túnel del hedor. Indiferente no te deja, no.

    ResponderEliminar