jueves, 30 de abril de 2015

La princesa







Lo de ser princesa es algo que no está nada mal, sobre todo si eres guapa, joven, y con dos grandes trenzas rubias cayendo hasta las caderas. Si además, la totalidad de los príncipes de la región andan encandilados por conseguir tu mano, dispuestos, incluso a liarse a lanzazos entre ellos hasta que sólo quede uno en pié, la cosa ya es de cuentos de hadas, que en realidad es
de lo que va esta historia.
Sigfrida  estaba en lo más alto del castillo de su padre contemplando la fértil vega que se empeñaba en crecer frondosa y llena de matices para crear una bonita estampa. Y la verdad es que parecía una postal, pero Sigfrida estaba hasta las trenzas de ver siempre la misma preciosidad. Decidió que esa tarde iba a dar su paseo vespertino sin la compañía de su ama, con la aviesa intención de escaparse del reino de su padre y recorrer mundo, que por muy princesa que fuera, se sentía como una auténtica paleta. Así que bajó a las cuadras, donde, como siempre, el mozo la recibió dispuesto a hacer lo que fuera por satisfacer los deseos de su princesa, por mucho que todos sus amigos le dijeran que eso era un topicazo insoportable. Era alto, guapo, fuerte, bruto como un arado, y muy eficaz en su trabajo. En un santiamén eligió, embridó y enjaezó  al más  brioso corcel de la corte, aunque el brioso corcel, sabedor de lo que le esperaba, no estuviese de acuerdo con ninguna de las tres cosas que acababan de hacerle.
    -Gracias, Filiberto –la princesa siempre sonreía cuando daba las gracias-, voy a hacer una excursión algo más larga que otras veces, así que espero que el caballo que me das esté a punto.
    -Es el mejor, aunque debo advertiros de que no he podido mirar el ruidito ese que hacía con las orejas al pasar del trote al galope.
    -Bueno, ya sabemos que en cuanto llegan a los tres, cuatro años, empiezan a aparecer extraños ruiditos, procuraré no darle mucha caña.
El brioso corcel seguía la conversación con comprensible interés.
    -¿Y la ama? –preguntó el mozo Filiberto extrañado de que la princesa bajase sola a las cuadras.
    -Haciendo magdalenas. Tiene el absurdo convencimiento de que me encantan.
Ya, pero no debo dejaros partir sin la ama. Son órdenes de vuestro padre, el rey.
    -Ah, Filiberto –dijo la princesa convencida de que resultaba irresistible-, yo no sé que sería de ti sin mis caprichos. Te aburrirías una barbaridad con tanta rutina, ¿a que sí?
Dicho esto, se subió al brioso corcel y desde allí le dio una flor a Filiberto que sacó de no se sabe donde.
     -Adios. Cuida de mi padre en mi ausencia y cómete las magdalenas de la ama. Cuando lo hagas, procura tener un vaso de leche cerca, o lo pasarás realmente mal.
Después, dirigió su montura hacia la fértil vega, procurando no apurar el trote para que no le sonaran las orejas. Atravesó el río por un estrecho vado cubierto de viejos álamos, continuó por unos cañaverales que le azotaron los tobillos, se internó en un bosque de eucaliptos que desprendía un curioso olor a chicle de menta, y finalmente enfiló un polvoriento camino que conducía a tierras inexploradas, el cual, llegado un punto, se bifurcaba en dos. Un ramal se dirigía hacia las montañas tapizadas de verde brillante, y el otro, mucho menos apetecible, se adentraba en la llanura pedregosa y vacía. Durante todo el trayecto los pajaritos la habían acompañado con sus alegres gorjeos, lo cual no era de extrañar, pues estaban todos en celo, si es que es aplicable esta expresión a las aves. Al principio resultaban simpáticas sus disonantes antífonas, pero después de media hora larga de trinos, Sigfrida pensó que si seguía escuchando tanto piar,  acabaría de los nervios. Claro, que mejor escuchar a una panda de pajarracos salidos, que a una manada de lobos hambrientos, que es precisamente lo que se oía a lo lejos, proveniente de las montañas, circunstancia decisiva a la hora de elegir por cuál de los dos ramales iba acontinuar su escapada.
 Al cabo de un buen rato cabalgando por la llanura, Sigfrida sintió hambre, y cuando ya estaba a punto de echar de menos las magdalenas de la ama, encontró una zarzamora plagada de frutos. Bajó del brioso corcel, que ya era menos brioso, y fue directamente a por las moras.  Siempre le habían gustado, pero siempre las había comido sin tener hambre; en este momento hubiera preferido una tortilla de patatas, un bocadillo de jamón o cualquier otra cosa igual de contundente, en lugar de las moras, que las cosas como son, empezaba a pensar que no le gustaban nada. Después  de dejar la mata pelada, necesitaba beber, así que fue directamente a una pequeña charca que había detrás de unos juncos, se arrodilló en la orilla para coger agua entre sus manos y antes de que pudiera dar el primer sorbo,  saltó un sapo del fondo, dándole un susto morrocotudo.
    -¡Croac!
   -¡Por Dios, qué era eso!¡Casi me lo trago!
Sin darle mayor importancia al asunto, bebió a placer y acto seguido estuvo contemplando su imagen reflejada en el agua y reconoció que verdaderamente era muy guapa.
    -No es porque yo lo diga -dijo en voz alta- pero mi piel es de melocotón maduro, mis ojos son como luceros, mis labios carnosos asemejan dos fresas y todo el conjunto resulta de una armonía y belleza impactantes.
    -Y de cuerpo, permíteme añadir, tampoco estás nada mal, monada. Croac.
El sapo dio un salto y se puso delante de la princesa para que quedara claro quién había hablado. No quería que la princesa se volviera loca buscando el origen de la voz, así que dio un par de ridículos saltitos más delante de ella, procurando llamar la atención.
    -¡Eh, princesa, aquí, que he sido yo, aquí!
    -¡Pero bueno, otra vez tú! ¿No te da vergüenza ir asustando a lindas princesitas, renacuajo inmundo?
     -Lo siento de veras. No era mi intención, en serio. ¿Renacuajo inmundo?
    -Ahora seguro que me vienes con el cuento de que eres un príncipe y todas esas majaderías, ¿no es así? –la princesa estaba tan enfadada que estuvo a punto de dar un pisotón al sapo.
    -Pues mira, sí. Soy príncipe.
    -Claro, claro, y ahora me pedirás un besito, como si lo viera.
    -Hombre, es que si no, la cosa del encantamiento no funciona, entiéndelo.
    -Pues lo siento muchísimo, pero por mí, vas a seguir encantado.
    -De encantado nada. Croac. Estoy pasando un momento fatal, si quieres que te diga.
    -Me importa un pimiento.

Conviene que nos detengamos en este punto del relato a valorar la personalidad de los personajes que en principio pueden parecernos superficiales, pero que si los analizamos detenidamente nos daremos cuenta de que esconden  una vida interior muy intensa, con sus angustias, frustraciones, anhelos y todo tipo de cosas que nos distinguen como animales evolucionados.  Lejos de la impresión a la que nos podría conducir un juicio precipitado, cada uno de ellos sufre un tormento silencioso que tratan de enmascarar con comportamientos aparentemente frívolos. El sapo, sabe que es un sapo, pero también sabe que es príncipe. Probablemente un hermoso príncipe merecedor de una vida tranquila al lado de una encantadora princesa con la que poder tener toda clase de venturas, y no la soledad fría y húmeda de su charca. La princesa, aunque parezca que tiene alma de trotamundos, lo que realmente desea es encontrar a su príncipe azul y no salir de su castillo, pero, harta de ver desfilar ante sus narices caballeros que sólo la desean por su dote y su belleza, ha decidido abandonar todo lo que tiene para ver si es capaz de encontrar algo distinto fuera del entorno que tantas decepciones le ha deparado. Por tanto, no debe extrañarnos que repentinamente la princesa cambie de actitud, como vamos a ver a continuación.
    -Un momento –dijo Sigfrida, ya con un pié en el estribo del brioso corcel-, ¿eres un príncipe del montón, o un gran príncipe?
    -Soy el príncipe más grande de cuantos hayáis conocido –el sapo se estiró orgulloso sobre sus patas traseras para demostrar que sobrepasaba los 15 centímetros-. Bueno, eso os parecerá... en cuanto me deis un besito. Croac.
La princesa dudó. ¿Por qué no probar? Podía ser el hombre de su vida, y en caso de que no le gustara, bastaba con seguir su camino como si nada hubiera ocurrido.
    -Está bien. Te daré un besito –dijo la princesa, justo en el momento en que el sapo se estaba comiendo una libélula enorme y amarilla-, pero por favor, no vuelvas a sacar esa horrible lengua.
    -¡Bieeen! –dijo el sapo dando saltitos alrededor de la princesa que empezaba a considerar la conveniencia de una pedrada certera en lugar de un besito.
Sin grandes ceremonias, la princesa se agachó, cogió al sapo por el cuello y cerrando los ojos, se lo acercó a los labios.

MUACK. CROAC. PLOFF.

La magia tiene consecuencias inpredecibles, porque si no, no sería magia. Dicho así, parece una perogrullada, pero si lo formulamos de esta otra forma, da la sensación de haberlo pensado mucho: dentro de la matriz de sucesos posibles, surgió uno de los elementos de menor probabilidad. Sigfrida, la princesa de trenzas de oro, miró al sapo que seguía con forma de sapo, cara de sapo (ojos saltones y todo lo demás), y sonrisa de sapo. Sí, el sapo sonreía. La princesa lo miró con desprecio y decidió que ya había perdido demasiado tiempo con el mundo de los batracios. Se dio media vuelta, y fue hacia su brioso corcel, pero hubo algo que la llamó la atención: su mano era verde y tenía berrugas. Contempló su imagen reflejada en la superficie  cristalina de la charca y vio una enorme cara de rana. Era su cara. También vio que por atrás se acercaba el sapo, que seguía sonriendo. Luego notó  que sus recién estrenadas patas verdes tuvieron que soportar también el peso del sapo.






4 comentarios:

  1. Ya estaba echando de menos tus cuentos y esa forma tan graciosa que tienes de narrarlos. Hay que ver cómo está el mundo, lo que tiene que maquinar un sapo para practicar algo de sexo.

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    1. jajajaj sí, cada vez está peor, pero no solo para los sapos.
      Gracias por echar de menos mis cuentos.

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  2. Ha sabido a poco y me parece la mejor version del pr´icipe que se convierte en rana,

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    1. gracias, struendo, procuraré hacer alguno más largo. Para el próximo puente.

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