lunes, 4 de agosto de 2014

El gran vagón. Primera parte.



Dentro de la oportuna sección "relatos de verano", voy a subir un cuento que por su extensión, lo voy a dividir en tres partes.
Hoy, claro, corresponde la primera. La segunda, probablemente la suba mañana o pasado. o al otro.




EL GRAN VAGÓN. RELATO EN TRES PARTES PARA LA TERTULIA PEREZOSA.









Cuando yo era pequeño pasaba los veranos en un pequeño pueblo de la sierra de Madrid, debido, por lo visto, a que padecía una ligera dolencia en el corazón y según mi abuelo, el aire serrano me vendría de maravilla. Allí conocí al que se convirtió en mi gran camarada y compinche de mil fechorías, que también sufría cierta insuficiencia cardiaca, aunque yo creo que lo suyo era otra cosa pues muy a menudo interrumpía su respiración normal para dar paso a una extraña tos ronca y seca que le salía del fondo de la garganta.
Fuera una cosa u otra, el caso es que nuestra deficiente salud nos dio la oportunidad de hacernos amigos y compartir tardes de chicharras, caminatas por montes abruptos, excursiones al río y sobre todo nuestro gran secreto del que hablaré más adelante.
El primer verano que coincidimos Daniel y yo sirvió como toma de contacto con la naturaleza que nos rodeaba sin que hubiera grandes hazañas dignas de ser contadas. Quizá había demasiadas cosas que teníamos prohibidas y por tanto las posibilidades de pasar a la gloria por nuestras aventuras se veían muy reducidas. Sin embargo, el segundo año, y mucho más el tercero y definitivo, fue algo muy diferente, en primer lugar porque aprendimos a engañar en casa y hacíamos cosas distintas a las que confesábamos hacer y sobre todo porque nos hicimos amigos de El Cagarrutas, que nos descubrió un planeta de posibilidades.
El Cagarrutas era el hijo del matarife del pueblo. Era un chaval despierto, de mirada inteligente, y tan desgarbado en todos sus movimientos que parecía mucho más alto de lo que realmente era. Si hubiera nacido en la ciudad sería delgado, pero como nació en un pueblo, era enjuto. Tenía el pelo como una oveja, acaracolado, increíblemente apretado y permanentemente sucio. Su verdadero nombre era Sisebuto (que también se las trae) y todo el mundo le llamaba El Cagarrutas, porque ese era el apodo de su padre el matarife y que antes también lo fue de su abuelo. Vaya herencia. 
MI casa lindaba con la de Daniel, compartiendo tapia, y estaban a las afueras del pueblo en una especie de colonia para veraneantes. El Cagarrutas vivía en una callejuela, también a las afueras del pueblo pero al otro lado, yendo hacia el río, que era por donde entraba el ganado y por eso las calles estaban permanentemente cagadas por las vacas. 
El Cagarrutas nos enseñó algo que hacer con esas plastas, realmente divertido. Consistía en coger una buena cagada, reciente a poder ser, lo cual no era ningún problema, y envolverla en unos papeles de periódico. Después, con sumo cuidado transportábamos el paquete hasta colocarlo justo delante de la puerta de alguna casa. A continuación prendíamos fuego al envoltorio hecho con el periódico y llamábamos insistentemente al timbre. El siguiente paso era salir corriendo a escondernos y ver cómo salía la señora de la casa que al ver el pequeño incendio trataba de apagarlo a base de dar vigorosos pisotones a lo que ella creía que eran sólo papeles. Nosotros en nuestros escondites teníamos que taparnos la boca los unos a los otros con fuerza para no reventar de risa y ser descubiertos por la enfurecida señora que gritaba auténticas barbaridades.
La afición que mostraba el Cagarrutas por esa broma encajaba perfectamente con su apodo, por lo que de alguna forma, parecía estar destinado. Ignoro si la gamberrada también se la transmitían de padres a hijos.
El Cagarrutas, Daniel y yo formábamos un grupo preparado para sacar todo el partido a la vida. Aprovechábamos cualquier oportunidad para disfrutar y eso era algo con lo que no siempre estaban de acuerdo nuestros respectivos progenitores.
De todos los lugares que ofrecía aquel pueblo para pasarlo bien, el que más nos atraía a todos, incluso al Cagarrutas que estaba más habituado, era la estación y sus alrededores. Ir allí a jugar era nuestro gran secreto pues lo teníamos completamente prohibido. Los padres de Daniel y los míos pensaban que podía ser peligroso juntar trenes y niños y no andaban desencaminados pues la mayor parte de nuestros juegos tenían como elemento principal algún tren a toda velocidad. 


CONTINUARÁ MAÑANA. POR QUÉ LO DIVIDO EN TRES PARTES ES ALGO QUE SOLO SE PUEDE ATRIBUIR, POR UN LADO, A MI INCLINACIÓN PERMANENTE POR CREAR INTERÉS,Y POR OTRO, A TRATAR DE NO ABURRIR, QUE VIENE A SER LO MISMO. DE ESTE MODO, QUIEN ESTÉ INTERESADO, LO SEGUIRÁ, Y QUIÉN NO, SE VERÁ LIBERADO DE CONTINUAR LEYENDO MUCHO ANTES DE QUE ÉL MISMO SE DE CUENTA.




4 comentarios:

  1. procura que sea mañana (o esta misma tarde) cuando pongas la continuación, si no es mucho pedir, claro.

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    1. creo que mañana a primera hora. En este momento me encuentro en un ordenador en el que no tengo la continuación.

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  2. Pues mira, aprovechando este tedioso calor veraniego, voy a tirarme a la piscina y me atreveré a decir, a falta del resto del relato, que este parece ser el más inspirado de la serie estival. Está muy presente ese estilo tuyo tan particular y que tanto me gusta. Veremos cómo continúa la historia de esta pandilla.

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    1. Muchas gracias Mazcota. Espero que no te defraude su continuación.
      Que te aproveche el baño.

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