lunes, 12 de mayo de 2025

El apagón y otras celebridades.





El apagón que hemos vivido hace nada, a mí por lo menos, me ha hecho pensar sobre la vida y también sobre Víctor Hugo.

Empezaré diciendo por qué me ha hecho pensar sobre la vida y lo de Victor Hugo lo dejo para el final.

Hace mucho tiempo leí que para medir cuán avanzada era una civilización, había que fijarse en la energía que necesitaba para mantenerse en funcionamiento. Esa definición no encajaba con mi forma de ver las cosas, pero yo no había escrito el artículo, de modo que no tenía por qué coincidir con el autor. 

Seguí leyendo pues tengo como norma leer opiniones contrarias a las mías, para llegado el caso, reírme de ellas o tenerlas en cuenta. Ambas opciones muy aprovechables. 

Pero no me reí en absoluto. Decía que nuestra actual civilización en un solo día consumía la misma cantidad de energía que el Imperio Romano en toda su historia. Lo que no recuerdo es si incluía también el Imperio Romano de Oriente que permaneció hasta 1453. Pero da igual, para captar la idea, sirve perfectamente.

Ahora voy más lejos. La energía que consume cualquier animal, es utilizada íntegramente en mantenerse con vida. Nosotros también. Creamos energía para consumirla y su consumo nos permite vivir según nuestras necesidades. Si nos falla esa energía, ya no podemos mantener esa vida; morimos bien muertos... aunque podamos resucitar en otra vida. Sí, en otra que no tiene nada que ver con la que teníamos, una muy distinta. Una vida que ni nos atrevemos a imaginar cómo sería, pero sabemos que íbamos a sufrir muchísimo, de eso no cabe ninguna duda. 

Una vez más se hace cierta la frase, "en la grandeza se esconde la miseria", pues en la gran vida que nos damos, con nuestros trenes de alta velocidad, aviones, ordenadores y teléfonos que sustituyen a nuestros cerebros,  aire acondicionado para que no se sobrecalienten, esprimelimones eléctricos, que ya me contarás tú, y cualquier cosa que veas a tu alrededor... Todo eso es nuestra mayor debilidad. Es nuestro punto débil. Una patada ahí mismo y caeremos fulminados retorcidos por el dolor. No es necesario explicar más la analogía.

Y lo que hemos vivido hace un par de días no ha sido un apagón, más bien ha sido un apaguín. Ná, no ha sido ná. Ni ha dado tiempo a que se descongelen los canelones listos para calentar en el microondas que teníamos para no cocinar el domingo.

En fin, ya solo queda lo de Víctor Hugo.

 Victor Hugo decía que la felicidad es un relámpago entre dos eternidades de oscuridad. Algunos piensan que esa es la definición perfecta para el orgasmo, pero esa es otra cuestión en la que prefiero no entrar. Ya hablaremos en otro momento de los orgasmos y de cómo iluminan la vida.



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domingo, 4 de mayo de 2025

Todo dentro de un desorden



Tengo que confesar que soy un desordenado de tomo y lomo.¿Estoy contento con mi actitud desordenada? Pues sí y no. Me gusta el desorden pero admiro el orden. Me gusta lo que tengo y admiro lo que no tengo. Por esta razón, después de ver el despacho de un amigo mío, que lo tenía todo muy ordenadito, me entraron unas ganas irresistibles de ordenar yo el mío. Pura envidia. Y así hice. 

Cuando llegué a mi casa estuve más de cuatro horas, imagínense cómo estaba, poniendo orden en el desbarajuste. Hasta limpié el polvo de las estanterías, algo extremadamente tedioso. Al final, me senté satisfecho a ver el resultado. Me quedé impresionado, mi despacho estaba irreconocible. Pues qué bien, me dije. Y me fui a la cocina a tomarme un vino blanco, me lo había ganado.

Tengo que decir que el resultado me gustó tanto que en los siguientes días fui extremadamente cuidadoso en mantener el orden que tanto esfuerzo me había costado conseguir. Pero algo terrible ocurrió: a la semana siguiente todo estaba nuevamente desordenado. 

Me pregunté extrañado cómo había sido posible, si mi empeño en mantener el orden no había disminuido. Lo volví a ordenar, pero el fenómeno se repitió y por la mañana, todo volvía a estar manga por hombro. Entonces hice algo realmente heroico: puse de nuevo cada cosa en sus sitio, expresión que siempre he odiado pues no creo que las cosas tengan un único sitio. Y volvió a suceder: todo desordenado una vez más. 

Lo volví a ordenar, no me iba a dar por vencido, pero en esta ocasión, me escondí detrás del sillón a ver qué pasaba, quería descubrir por qué diablos mi despacho no podía mantenerse en orden. 

Lo que vi, era justo lo que me imaginaba. Misteriosamente,  sobre mi mesa de trabajo, empezaron a aparecer cosas que antes no estaban allí. Un montón de libros salieron de las estanterías y se repartieron por diferentes lugares: encima del sillón en el que yo estaba escondido, casi me ven; al lado del ordenador, sobre un cajón gitano que tengo, encima del aire acondicionado, en el suelo, detrás de la puerta, sobre mi teclado Yamaha... luego se abrió el armario y empezaron a salir objetos de todo tipo, barajas de cartas, tinteros, cinta americana, una grapadora, mis gafas de realidad virtual, dos giróscopos... cada cosa se iba colocando donde mejor le parecía, y mientras mi despacho se llenaba, yo me vaciaba de toda esperanza de ser una persona ordenada.

Al final mi despacho volvía estar como siempre. Un desastre. Pero al menos ya sabía por qué.